Redactado por: Psicóloga Mar Morollón.
“Las mujeres mam sanamos cuando dejamos de sentir culpa y vergüenza de la violación sexual que vivimos y nos nombramos sobrevivientes con coraje y voluntad de transformar y cambiar nuestras vidas desde nuestras voces y nuestras miradas. Posicionándonos también en que la violencia no es normal y no se justifica en nuestras vidas. La confianza entre mujeres se construye entre nosotras, desarticulando las relaciones de poder y desechándolo porque en nuestros cuerpos, sólo tiene cabida el amor, el bienestar, la alegría y el disfrute”
De los círculos de sanación de Actoras de Cambio de Guatemala:
Nuestros cuerpos y nuestras mentes siguen sometidas a la violencia machista. La violencia implícita y explícita, la de sobre los cuerpos y las almas, la concreta y la estructural, sigue apuntando especialmente a las mujeres. Nuestra dignidad, nuestros corazones, nuestra esencia como humanas sigue siendo cuestionada, comprometida cada día en cualquier lugar del mundo.
El feminismo históricamente nos ha llevado a visibilizarnos, a buscar el logro de derechos, a mejorar las condiciones de vida, a empoderarnos personal y colectivamente y para ello, siempre hemos tenido que poner nuestros cuerpos y nuestras vidas por delante.
Desde el feminismo vivimos y desenmascaramos la doble jornada, los techos de cristal y la necesaria multiplicación de nuestros esfuerzos si además somos racializadas, no binarias, indígenas, nuestra orientación del deseo sexual no es normativo o somos pobres… Y, siempre, poniendo delante nuestros cuerpos, nuestras vidas.
Ahora más que nunca el activismo feminista nos debe llevar a un mayor bienestar a una mejor vida. Ahora es importante dar sentido y materializar en nuestros cuerpos, eso de que “lo personal es político”. Y la salud de las mujeres, nuestra salud, es político. Por eso, sanar, es político y para nosotras debe pasar a un primer plano, porque no hay una buena vida si estamos enfermas, no hay transformación social ni empoderamiento, si individual y colectivamente estamos y seguimos enfermas.
Y ahí es cuando entra la necesidad de incorporar eso en lo que siempre hemos sido expertas: Los cuidados, siempre hemos sido expertas de los cuidados para los otros, las otras, les otres. Ahora bien, si queremos emprender una transformación real de nuestras vidas individuales y, colectivamente transformar la sociedad, esta vez, es necesario, diría yo, poner los cuidados, intencionadamente, en el centro. Tanto el autocuidado, como el cuidado entre nosotras.
¿Cómo ser feminista y no morir en el intento?
Pues yo creo que, cuidándose. Cuidándose una y cuidando a las demás. No cuidarse es seguir reproduciendo las estructuras patriarcales que ignoran la vida plena y digna. Y mucho más allá, una vida en la que cabe el amor, el bienestar, la alegría y el disfrute.
¿Cómo cuidarse?
Creo que es importante tomar conciencia de poner el foco en dos niveles de sanación y de cuidados en el movimiento feminista. Uno es el nivel personal, el individual, y otro es el colectivo.
Individualmente.
Personalmente, podemos sanar y cuidarnos adquiriendo el compromiso y la responsabilidad de emprender nuestra propia sanación, curar nuestros dolores, a nuestros traumas, a nuestras heridas. Atendiéndolas, atendiendo el cuerpo y atendiendo nuestra paz mental. Estar bien con el propio cuerpo y estar bien con el cuerpo de las otras.
Recuperar la calma, sanar la culpa, la ira, la vergüenza, la pena instalada. Lo que Amandine Fulchiron y el Grupo Actoras de Cambio nombran como “Revivir por dentro”.
Y eso, ¿Cómo se hace? ¿Cómo cuidarse? ¿Cómo revivir por dentro?
Pues buscando y dándonos espacios y experiencias donde pueda entrar en contacto con mi propio cuerpo, espacios y tiempos para respirar, donde escuchar mi propia voz, donde acallar los ruidos de mi mente, que dicta y repite las culpas y el juicio permanente propio o ajeno. Y cada vez darme más silencios para escucharme a mí misma más allá del ruido, los mandatos (también los del feminismo), las culpas...
Dándome la expresión individual, sacar la voz propia, validando, abrazando y legitimando mis propias vivencias individuales, que no pueden perderse en lo colectivo, en lo general, porque tienen nombre y piel propia.
Para eso, hay prácticas y técnicas que podemos realizar como las técnicas de Capacitar.org, yoga, taichi, ejercicios físicos, terapias, círculos de sanación, etc. Es verdad que no siempre son accesibles para todo el mundo, y ahí es donde entra también lo colectivo: como mujeres y como feministas podemos darnos espacios de cuidados para, en grupo, poder sanar individualmente.
Colectivamente, creo que debemos observar y sanar nuestras propias dinámicas relacionales con un cierto sentido crítico y compasivo.
Crítico porque es necesario revisar nuestra propia misoginia interiorizada, la violencia que ejercemos entre nosotras, los mandatos interiorizados que el feminismo y la vida militante también, a veces, nos exige.
Revisar, lo que nos lleva a acusarnos y enfrentarnos entre diferentes grupos y colectivas feministas, a buscar chivos expiatorios de los dolores y las heridas personales, proyectándolos y abordando nuestros conflictos competitivamente.
A menudo pensamos en que debemos ser “inclusivas”, es decir, incluir en mi pensamiento, en mi grupo… en vez de pensar tejer redes, reconocer y celebrar nuestra diversidad y centrarnos en los objetivos comunes.
Para lo cual también es necesario tener una cierta mirada compasiva, entendiendo que nosotras no estamos exentas de las estructuras mentales y emocionales de poder, y de cómo ejercerlo, del sistema patriarcal en el que nos hemos socializado y seguimos inmersas.
Colectivamente es necesario cuidarnos, y para eso, con esta conciencia crítica y compasiva hacia nosotras mismas, podemos reconocernos y legitimarnos. No se puede sanar el odio vivido, ni recuperar el amor propio y el poder sin un espacio de reconocimiento y legitimación. Por ello es importante proporcionarnos en el movimiento feminismos esos espacios.
Para cuidarnos colectivamente podemos:
Practicar cotidianamente la sororidad.
Autorizarnos entre nosotras huyendo de las jerarquías patriarcales. Reconociendo y honrando nuestras verdades.
Defender a las personas agredidas por la violencia machista, teniéndolas en cuenta, escuchándolas y dándoles el espacio y el tiempo para que, primero, decidan y definan qué y cómo quieren ser apoyadas y respetarlo sin juzgarlo.
Alzar las voces diversas públicamente, para protegernos entre nosotras, para que otras mujeres sepan de las agresiones y puedan defenderse, para que los agresores sepan que no son impunes y que sus agresiones no son tolerables, ni justificables.
Aprendiendo y practicando formas no violentas de comunicarnos y de transformar nuestros propios conflictos.
Incorporando y practicando dinámicas restaurativas frente a nuestras propias agresiones y dolores colectivos, como movimiento.
Estando presentes en nuestros cuerpos y en nuestros territorios: Corpórear, materializar, vivenciar nuestras ideas, nuestras intenciones y anhelos de transformación, de cambio.
¿Qué sentido tiene la revolución si no podemos bailar? A mí como a Emma Goldman, No me interesa esta revolución si no puedo bailar. Para mí, bailar es una manera de no morir en el intento.
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